lunes, 6 de junio de 2016

Las RUTAS DEL CONTRABANDO al norte del Ecuador.


No miden el peligro que corren al transitar por estas arterias de segundo y tercer orden, donde no hay la presencia de la fuerza pública. Deben pagar una suerte de peaje de 2
dólares para llegar al vecino país.

TULCÁN. 


La obsesión de los compradores ecuatorianos por llegar a Ipiales no tiene límites. Cuando se registran días en los que la congestión vehicular no permite arribar a tiempo al vecino país, como sucedió en el feriado del 24 de Mayo, utilizan vías no autorizadas que comunican a Ecuador y Colombia.

Estas arterias de segundo y tercer orden, empleadas regularmente por los pueblos vecinos y las organizaciones binacionales dedicadas al contrabando de mercancías, se constituyen en una opción para muchas familias del interior del país.

Los viajeros, en su desesperación por acortar las travesías que efectúan desde el centro y sur del Ecuador, no miden riesgos y hasta ponen en peligro sus vehículos y la integridad de los ocupantes, ya que deben sortear una serie de obstáculos.

Una de las rutas más utilizadas es la que une a Tulcán, desde el sector La Rinconada, con El Carrizal, Urbina, Calle Larga (Ecuador), y conecta en Colombia con varias haciendas y una carretera que llega al cementerio de Ipiales, a pocas cuadras del centro urbano.

Esta artería es desolada, con varios ramales que confunden a los conductores. Las contadas viviendas no permiten orientarse, hay tramos de la calzada que presentan profundos huecos en los que pueden quedar atascados los automotores pequeños.

La estrechez de la vía no permite rebasar fácilmente en el lado colombiano; sin embargo, van y vienen vehículos. En el trayecto la fuerza pública no está presente, razón por las que las autoridades no se responsabilizan de la suerte que puedan correr los viajeros que utilizan este carretero, que es parte de uno de los 35 pasos ilegales que utiliza el contrabando.

En el Municipio de Ipiales, encargado de la seguridad, advierten que los imprudentes turistas se movilizan por estos senderos no autorizados por cuenta y riesgo propio. En tramos deben bajarse los ocupantes de los autos para circular sin inconvenientes.


Testimonio
Segundo Criollo, quien viajó desde Ambato, luego de experimentar varias peripecias y cruzar la frontera, después de una hora y media, llegó a territorio colombiano con su automotor totalmente sucio y empolvado.

Él, su esposa y tres hijos tuvieron que soportar inmensas ráfagas de polvo, superar incontables y profundos huecos y pagar 2 dólares para superar un par de supuestos peajes, que son exigidos en dos haciendas, ubicadas en pleno límite fronterizo, en Calle Larga, entre Ecuador y Colombia.

Criollo, en Calle Larga, tuvo que pagar 1 dólar para continuar el trayecto ingresando por un amplio portón de una hacienda. Unos 10 metros más allá, ya en territorio colombiano, una suerte de estación de peaje casero obliga a cancelar otro dólar. Un adulto mayor es el encargado de cobrar y levantar un madero que obstruye la circulación y es asegurado a un parante con un candado.

De acuerdo a información de uno de los propietarios de las fincas donde se cobran los supuestos peajes, los contrabandistas pagan valores diferenciados para cruzar esos obstáculos. Los propietarios de las fincas toman en cuenta el tipo y dimensión del camión para efectuar el cobro.

Hace más de cuatro años, la Gobernación del Carchi, en ese lugar, con maquinaria del Ministerio de Transporte y Obras Públicas abrió profundas zanjas para vetar el paso vehicular por ese paso no autorizado.

No pasaron dos días y las fosas fueron selladas nuevamente con equipo pesado particular y con la participación de los vecinos de esa jurisdicción y grupos de contrabandistas que usan el carretero.


Riesgo

Carlos Panchi, oriundo de Quito, descorazonado por la larga espera que soportaba, atrapado en medio de más de 1.000 vehículos que pugnaban por llegar al Puente Internacional de Rumichaca, en la Panamericana, en el obelisco, en el sur de Tulcán, se enteró que había un atajo alterno para llegar a Colombia.

Sin pensarlo dos veces Carlos eligió esa trocha, desconociendo que debía desafiar varios escollos y hasta utilizar más tiempo por carreteras con tramos de asfalto, piedra y abiertas en forma artesanal en tierra, en el lado colombiano.

Panchi cuenta que en uno de los ramales escapó a perderse. El silencio de la gente del lugar, que se presume colabora con los contrabandistas, no le permitía orientarse. Como ellos (Criollo y Panchi), más de un centenar de conductores se movilizaron por esas bifurcaciones que unen a los dos países sin medir el riesgo que corrían.


Rutas del contrabando

Estos lugares son transitados habitualmente por camiones que llevan en forma irregular mercancías extranjeras desde y hacia Colombia. En esas comunidades fronterizas, tanto en Ecuador como en Colombia, los moradores dicen que vale mejor callar que hablar.

Según cuentan en voz baja los pobladores de esta zona, estarían amenazados por las bandas de contrabandistas o asediados por las autoridades de control de las dos naciones, razón por la que prefieren no dialogar con nadie.

En esos lugares, como jugando al gato y el ratón, contrabandistas y la fuerza pública suelen enfrentarse en medio de veloces persecuciones y hasta intercambiando disparos. Los primeros intentando internar fraudulentamente las mercancías extranjeras y los segundos evitando su ingreso.

Criollo y Panchi, tras enterarse sobre el peligro que corrieron, dicen que no volverán a cometer ese tipo de errores.

Coinciden que el desconocimiento y el afán por llegar rápido hasta las vitrinas ipialeñas hizo que utilizarán ese sendero, exponiendo incluso la vida de sus familiares y acompañantes. (CMRV)



TOME NOTA

El recorrido comienza por una vía totalmente asfaltada. Luego conecta con tramos empedrados, algunos en ejecución. Un enjambre de serpenteados caminos que están a contados kilómetros de la frontera une a las poblaciones de Carchi y Nariño.

Fuente: Diario La Hora. http://goo.gl/5F2FlO 


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